HISTORIA ECONÓMICA DE LA EDAD MODERNA

Sunday, December 10, 2006

TENDENCIAS DE LA PRODUCCIÓN EN EL MUNDO MODERNO
La siembra por excelencia en la Edad Moderna es la del cereal, y según los tipos de suelo, se extienden manchas de cereales de mejor o peor calidad. La agricultura tradicional es la dominante y difícil de cambiar, salvo contadas excepciones. En las zonas en que se mantiene la agricultura cerealera, podremos hallarnos con cambios hacia el viñedo tras épocas de malas cosechas, y en Castilla en particular, por la demanda de vino desde América. En cualquier caso, el gran período del cereal en Europa será el siglo XVI, y al margen de su precio, irán ligados los de los arrendamientos de la tierra, o las formas de propiedad.
Ahora bien, tanto la cantidad de tierra disponible, como su capacidad para producir son limitadas, y ello tendrá unos resultados absolutamente negativos para la población.
Esta economía rural es fundamentalmente de autoconsumo y localmente autárquica. Por el contrario, mientas el campo vive en esta situación, se están perfeccionando los instrumentos financieros en las ciudades, o el campo se está monetarizando por diversas causas. En un mundo de transición como es el de la Edad Moderna, no es de extrañar que afloren las pecualiaridades sectorices, regionales… es decir, contadicciones.
En la economía agraria tradicional no se usan innovaciones para aumentar los rendimientos, sino fundamentalmente varios procedimientos. En primer lugar, sencillamente, se abonan los campos con estiércol. Este estiércol proviene, primero, de la apertura de los campos tras la cosecha a los ganados del lugar, la derrota de mieses, produciéndose un beneficio mutuo entre campesinos y ganaderos (a aquel se le abona naturalmente el campo, a éste se le engorda el ganado).
En segundo lugar, se abren nuevos terrenos para ser labrados y obtener más cosecha. Ese procedimiento, productivo a corto plazo, es dañino a medio plazo. Para roturar más, se tendrán que talar bosques, y así parte de la riqueza cinegética y forestal se pierde. Y no hay que olvidar que la caza es para estas economías de subsistencia un bien muy preciado. Pero en el caso de que no hubiera bosque, y tan solo monte bajo, lo que se ha hecho ha sido impedir al ganado mayor y menor alimentarse en zonas asilvestradas. Imaginemos que alrededor de una localidad hubiera campos sembrados, pastos y zonas asilvestradas. Si por el aumento de la población (innegable desde mediados del XV y a lo largo del buena parte del XVI) se necesita más grano y se queman las zonas asilvestradas, el número de cabezas de ganado habrá de reducirse porque no tienen ni qué ni en dónde comer. Con esa reducción menguará también el estiércol disponible, y con ello, la regeneración del suelo. Pero aún hay más. Las tierras que abre el arado en momentos de presión demográfica son de peor calidad, tenderán a cansarse antes, exigiendo del campesino el mismo esfuerzo y la misma inversión en simientes o en reparaciones de sus aperos que aquellas otras de excelente calidad. Así, con el tiempo, los rendimientos irán decreciendo por sí mismos y con respecto al trabajo que necesitan.
Desde la Edad Media las comunidades se habían dotado de mecanismos de defensa para su subsistencia. Parte de las tierras no tenían propietario individual sino colectivo. Eran los bienes comunales. Su aprovechamiento por los vecinos de los lugares podía ser gratuito o levemente gravado; prohibido o a elevados precios para los forasteros. Los bienes de comunes más frecuentes eran parcelas que se disfrutaban de muchas maneras destintas (por sorteos anuales, de por vida, etc.), y los de propios podían ser dehesas boyales en las que guardaban sus animales de labor, los molinos de harina o aceite, los puentes, las barcas para cruzar los ríos, etc. En su origen, por medio de las recaudaciones de propios, se intentaría que los vecinos no tuvieran que pechar, esto es pagar servicios a la Corona. Sin embargo, conforme asciende la presión fiscal, la recaudación (que evoluciona hacia el dinero, abandonándose los pagos en especie) se hace insuficiente y los campesinos han de ir entrando en el circuito monetarista por necesidades obvias.
Es muy posible que al siglo XVI llegaran grandes superficies de bienes comunales por todo el continente. Son así una atractiva reserva económica que se altera en esta época de mayor expansión demográfica. Pero no sólo se altera la propiedad de la tierra, o su uso, sino también las costumbres comunitarias ancestrales. Este es el ejemplo, de Castilla, con las perpetuaciones de baldíos roturados (con Felipe II). Circunstancias similares se vivirán de nuevo en el XVIII, o se completará lo iniciado en el XVI.
Presión demográfica, por una lado, aumento de las necesidades fiscales de las monarquías, por otro, favorecen este proceso de privatizaciones. Como ocurre con el mundo financiero o con los burgueses, aquí también el individuo se ha impuesto a la colectividad. Pero se ha roto, con consecuencias negativas para esta economía de subsistencias, el equilibrio entre las propiedades públicas y las particulares.
A las inclemencias meteorológicas, que daban al traste con las cosechas un año sí y otro no, o a las dificultades técnicas, o a los reparos para las innovaciones, habría que añadir siempre la escasa productividad desde el momento de la siembra. Hay tener presente que, tras la cosecha, lo que se podría denominar cantidades fijas se perdían en diezmos, tributos civiles o simientes para el año siguiente. Algunas semillas podían ser hueras. Otras se las comían roedores y pájaros. Al final, por lo tanto, ¿cuánto le quedaba al campesino para su manutención, para reservar para el año siguiente por si acaso, o para comercializar? La verdad es que poco. Todo lo dicho anteriormente tenía que salir de entre 4,5 granos por simiente echada (en Polonia) a algo más de 7 (en Inglaterra). Era una relación de rendimientos dramáticamente baja.
Conociéndola, no es de extrañar que se hicieran los esfuerzos que se hacían por preservar bienes comunales, y que su uso estuviera tan reglamentado como estaba, pues formaba parte de la supervivencia de la comunidad.
En cualquier caso, el trabajo en el campo era una tarea durísima, ingrata y llena de incertidumbres. Vivir mejor de la habitual sólo era posible de dos maneras: o explotando a otros hombres, o autoexplotándose, y quien lograba sobrevivir así alguna generación, acababa cayendo en el grupo anterior.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home