HISTORIA ECONÓMICA DE LA EDAD MODERNA

Tuesday, February 13, 2007

EL DESARROLLO COMERCIAL EN EL SIGLO XVIII

Hacia 1770, el comercio interior inglés había crecido mucho más que el exterior gracias al aumento del poder adquisitivo global a través del desarrollo de una clase media que era capaz de moverse, comprar y gastar cada vez más. En otros países la realidad era algo distinta, no tan evolucionada; en todo caso, siempre el comercio interno era fundamental para la economía.
En los ámbitos rurales subsistían las tradicionales ferias y mercados (semanales, mensuales o anuales). Según su importancia abarcaban ámbitos más o menos extensos, pero siempre, sobre todo en las ferias, se podían encontrar productos bastantes lejanos. Al mismo tiempo en las ciudades se fue extendiendo la tienda, al principio dominada por los mercaderes agremiados, que sólo vendían los productos de su corporación; más tarde, una tienda libre, con una especialización menor. A veces existían también lonjas especializadas, controladas por los poderes municipales.
Los niveles del comercio interior dependían de la capacidad de atracción del núcleo de población. Los polos fundamentales eran las grandes ciudades que tenían amplias relaciones comerciales con muchas regiones y con el exterior. En poblaciones más pequeñas se reducía la demanda exterior y se limitaba el área de influencia. Las importaciones y exportaciones producían flujos continuos internos entre los puertos y los lugares de consumo o producción. La ampliación de las relaciones favoreció en casi todos los países la especialización de los mercados, y se fueron fijando los itinerarios de las mercancías. Las zonas que queden aisladas tenderán a la autarquía y pronto a la despoblación por emigración.
Todo esto no quiere decir que los mercados estuvieran muy integrados. En el siglo XVIII perviven numerosas barreras aduaneras internas. Además, las vías de comunicación seguían siendo insuficientes, a pesar de los avances realizados. La consecuencia eran importantes diferencias de precios y dificultades para conseguir productos. El país que ofrecía el mercado interno libre más amplio era Inglaterra.
No obstante, los grandes beneficios y los productos solían llegar de otros países, o de otros continentes. En el siglo XVIII hubo una notable ampliación en este sentido. Con respecto al siglo XVII, variaron los protagonistas y la importancia de los mismos, como consecuencia tanto de los conflictos navales, como de la crisis económica.
En este momento Gran Bretaña se convertiría en la primera potencia mercantil. Sistemáticamente fue ganando mercados a otros países desde finales del siglo XVII: derrota de Holanda, navío de permiso en Hispanoamérica, derrota de Francia en la India. También incrementó los lazos con sus colonias y consiguió que apenas le afectara comercialmente la independencia de los Estados Unidos. Puntal de su comercio fue la compañía de las Indias Orientales, que operaba con gran libertad en Extremo Oriente.
Por el contrario Holanda perdió en el siglo XVIII la preponderancia que había tenido antes, como intermediario mercantil europeo. Desde su derrota ante Inglaterra en el último tercio del siglo XVII, pasó por momentos de recuperación y de nueva decadencia. La depresión agrícola de 1720-1750 y la agresividad comercial de franceses e ingleses, retrasó aún más su recuperación mercantil, que no obstante, se produjo, gracias, sobre todo, a conservar la venta en Europa del azúcar de sus colonias en las Antillas.
El comercio de Portugal pasó también a un lugar secundario. El tratado de Methuen con Gran Bretaña mediatizó totalmente las relaciones con sus territorios en la India y con Brasil. Las exportaciones británicas a Portugal se duplicaron entre 1703 y 1730, para decaer algo desde 1760; sin embargo, apenas se movieron los índices de las importaciones de productos portugueses.
España mantuvo un alto nivel de actividad hasta 1807. Lo realmente importante era el comercio americano, que se mantuvo bastante bien a pesar de los beneficios mercantiles concedidos desde finales del siglo XVII a Portugal, Francia y Gran Bretaña, y del tráfico directo entre las colonias y otros países europeos. Desde el segundo tercio del siglo se da una ofensiva al contrabando internacional y se produce una importante recuperación política y mercantil.
Por todo lo dicho anteriormente se deduce que la principal área de comercio era Europa. El mercantilismo existente llevaba a los países a intentar exportar sus productos manufacturados y en todo caso, alimento que potenciasen su agricultura, y a tratar de abastecerse de materias primas. Se intentaba, por otra parte, impedir la compra de manufacturas.
En general se mantienen las estructuras comerciales anteriores el norte y Báltico abastecían de pescado, madera, cereales, lino y cáñamo, hierro, pieles y alquitrán. El Mediterráneo ofrecía sus vinos, aceites, cereales y frutos secos además de lana, seda y pescados. En los países de latitud media es donde más se desarrolló la industria, cuyos géneros se exportaron en cantidad creciente. Dentro de los circuitos europeos entraron los productos coloniales. Gran Bretaña era la que tenía más potencial al dominar más rutas, y España la más defraudada, ya que no controlaba los entresijos financieros de su amplio mercado colonial.
Fuera de Europa el área más importante era América, donde cabe distinguir varias zonas. En el norte, las Trece Colonias comerciaban sólo con Gran Bretaña hasta su independencia, aunque solían hacerlo por intermedio de las colonias las Antillas, donde se encontraban con los comerciantes ingleses. Así se producía una especialización geográfica dentro del imperio británico. Las Trece Colonias vendían, sobre todo, productos alimenticios agrícolas y ganaderos (harina, arroz, carne y pescado), madera, tabaco, hierro y algodón. Las Antillas ofrecían, además de ron, los géneros de plantación (café, cacao, azúcar y tabaco), cuya producción varió en intensidad según épocas e islas. Los británicos llevaban a estas colonias sus manufacturas y los esclavos comprados en África, lamentablemente un tráfico beneficios y en aumento en este siglo.
Las Antillas eran también la base del negocio colonial de Francia y de Holanda. El esquema era el mismo. La principal antilla francesa, Santo Domingo, se especializaba en azúcar, café, ron e índigo.
La tercera área americana era la ibérica. Gran Bretaña se benefició del comercio con Brasil, de su producción de metales preciosos y de azúcar, cuya importancia descendería a favor de la antillana. La producción de las colonias españolas fue abundante y variada. Los productos eran los coloniales alimenticios que se acaban de cita, numerosos tintes, perlas, cuero, tabaco y por supuesto, los metales preciosos.
La importancia de América en este siglo es fundamental para las metrópolis occidentales que centraron allí su comercio colonial. Desde luego, la vida en estos países habría sido muy diferente sin el desarrollo de las costumbres ligadas al consumo de café, chocolate, azúcar o tabaco; sin los tintes para sus industrias, sin el desarrollo impuesto por las necesidades de la navegación y desde luego, sin los metales preciosos, o sin la fortuna de los comerciantes ligados al mercado americano.
De hecho, ni siquiera en Gran Bretaña el comercio asiático llegó a acercarse al americano.
El papel que el comercio exterior jugó en el crecimiento económico europeo y en concreto en la Revolución Industrial británica, fue enorme. En primer lugar fue fundamental para el desarrollo de la industria en cuanto que ofreció salida a un porcentaje importante de sus productos. La orientación exterior de algunas industrias influyó en su localización. El comercio exterior fue fundamental proveedor de materias primas, como algodón y tintes y favoreció el desarrollo de industrias de transformación de productos coloniales (azúcar, tabaco, chocolate). En muchos países el comercio exterior fue también motor de la expansión agraria.
Desde el punto de vista financiero el comercio exterior contribuyó a la capitalización. La abundancia de metales preciosos incidió directamente en el desarrollo de las técnicas de los negocios y del crédito. En cuanto a la transformación social, el comercio exterior elevó el nivel de empleo y de renta, favoreció así pues el crecimiento de la demanda, y produjo nuevos tipos sociales, con posibilidades de enriquecimiento. Igualmente, el comercio impulsó las técnicas de navegación y la infraestructura portuaria, y benefició a los gobiernos a través de los ingresos aduaneros, que en todas partes estaban entre los más importantes.

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